Teresita Gómez
CABA, Argentina
¡Salir en libertad! Cuántas veces la libertad fue tema de charlas en nuestras celdas, en las mesas de los pabellones. “Salir en libertad” era una expresión que ninguna de nosotras sabía muy bien qué significaba, qué encerraba ese salir, más allá de los relatos que nos llegaban de compañeras que ya habían pasado por esa experiencia. Y sus versiones eran muy diversas, no alcanzaban a proporcionarnos una dimensión de lo que implicaba.
Cuando me avisaron que salía en libertad solo pensé en cómo me despediría de las compañeras. Pensar un saludo y saltar arriba de la cucheta y gritar fue solo uno: “Compañeras, soy Cheli ¡me voy en libertad!”. Llevo en mi memoria el sonido de sus voces, reflejo de las voces de nuestro pueblo, “¡hasta siempre, compañeras!” Y luego, despedirme de las compañeras de la celda 69. Abrazos y salir hacia lo desconocido. Pasé la noche en la Federal y por la mañana fueron a buscarme. De allí a Ezeiza, donde tomaría el avión que me llevaría a Francia.
Fue extraño ver casas y verde en el recorrido en auto hasta Ezeiza. Una sensación de extrañeza profunda. Ya en el aeropuerto pude ver a mi familia que había viajado desde Santa Fe para despedirme. Además, conocí a sobrinos que habían nacido durante mis años de cárcel, me pude reencontrar aunque sea un momento con mis otros sobrinos, con mis papis, hermanos y cuñadas. A la mayoría de ellos no los veía desde hacía cinco años, aunque habíamos mantenido un fuerte vínculo a través de las cartas.
Era la segunda vez que subía a un avión. La primera, había sido en el traslado desde Rosario, sentada y esposada al piso, en un Hércules de los milicos. En la segunda oportunidad, iba en uno de pasajeros de Air France. Gran diferencia. No entendía una palabra del francés en el que me saludó el comandante del avión y en el que, tal vez -no recuerdo-, me hablaban las azafatas. Hicimos escala en Nice y me fascinó ver el recuadro de los campos cultivados a medida que el avión iba descendiendo. Fue un vuelo sin sobresaltos. En ese lugar, me hicieron bajar y me llevaron a una pieza donde había dos tipos. Ni bien comenzaron a hacer preguntas como por qué había elegido Francia y a quién conocía allí, me di cuenta que eran servicios de inteligencia argentinos ¡Otra vez sopa! Una charla sin sentido ¿Qué pretendían con esas preguntas? No obtuve dentro mío ninguna respuesta.
Luego me llevaron de vuelta al avión y, ahora sí, destino final el aeropuerto Charles de Gaulle. Allí, me dejaron en la Policía Internacional a esperar no sabía qué. Me senté y permanecí en el lugar sin saber qué tenía que esperar pero tampoco me preocupaba ¡Estaba en libertad! Rara esta libertad de la que no podía disponer qué hacer, pero no lo recuerdo como algo inquietante. Dentro mío sabía que pronto estaría disfrutando de mi tiempo de otro modo. Ya no había vuelta atrás. Al rato, vi a lo lejos unas personas que venían en mi dirección. En realidad, dos. A una, la reconocí inmediatamente porque era un compañero que conocía de Santa Fe, pero que no tenía la más mínima idea que se encontrara en Francia. La otra era una integrante de Amnistía InternacionalOrganismo de DDHH fundado en 1961, por el abogado británico Peter Benenson. Trabaja para lograr la libertad de encarcelados por sus creencias religiosas, politicas o de origen étnico. a la cual obviamente no conocía pero que estaba esperando mi llegada. Pancho, el compañero que reencontraba, debe haber hablado con ella porque lo cierto es que yo me fui con él mientras me contaba que había otros compañeros esperando.
Mi primer encuentro con el afuera fue la escalera mecánica ¡No me animaba a subirla! Pancho ya había picado adelante y yo enfundada en mi poncho no atinaba a dar el paso que me subiera arriba de ese dispositivo que solo una vez había usado en mi vida, allá en La Favorita de Rosario. Esta no era una estructura o dispositivo de uso habitual cinco años atrás. Hoy lo rememoro y no dejo de sentir la misma sensación de inmovilidad ante esa escalera que se movía en un continuo sinfín.
Una vez instalada en un departamento que alquilamos con Pancho, con quien comencé a compartir ese regreso a una nueva etapa de mi vida, me sumé a trabajar en un organismo llamado Comisión de Solidaridad con los Familiares de Detenidos y Desaparecidos en Argentina (COSOFAM). Actualizar el listado de presas políticas, contribuir a difundir la situación de las prisiones y de los campos de concentración en Argentina, participar los días jueves en la manifestación frente a la Embajada Argentina en París, dar testimonio de la situación de las prisiones y de las violaciones a los Derechos Humanos (DDHH) en Argentina ante distintos organismos -desde la Organización de Naciones Unidas (ONU) a pequeñas ciudades en las que integrantes de Amnistía InternacionalOrganismo de DDHH fundado en 1961, por el abogado británico Peter Benenson. Trabaja para lograr la libertad de encarcelados por sus creencias religiosas, politicas o de origen étnico. realizaban sus acciones de solidaridad y difusión de la situación- comenzó a ser parte de mi actividad cotidiana. Paralelamente a ello, tomé cursos para aprender el idioma, porque los organismos podían darte una ayuda monetaria para tu instalación pero luego el mantenimiento era, lógicamente, tarea tuya.
Junto a eso debía pensar qué hacer en el tiempo que tuviera que pasar en ese país, cómo aprovecharlo del mejor modo, de qué herramientas nutrirme para que una vez de vuelta en Argentina sintiera que el tiempo transcurrido afuera no haya sido solo un “tiempo transcurrido” sino un tiempo vivido: de alegrías, descubrimientos, nostalgias y aprendizajes diversos. Siempre sentí que ese tiempo en Francia sería transitorio.
Mi objetivo -o nuestro objetivo, para ser más exacta- era volver a Argentina donde estaban nuestros seres queridos. Sin embargo, era consciente de que esa transitoriedad cada día te iba dejando nuevas vivencias. También sentía -y siento- que tanto la cárcel como luego el tiempo de exilio son especies de parteaguas en mi vida. Un antes y un después de la cárcel, un antes y un después del exilio. Son fragmentos que uno necesita integrar en un proceso de transitar hacia adelante. Seguramente esto fue sentido también por todos aquellos que atravesaron por experiencias similares. No sé si se logra, ¡uno lo intenta! Es lo que fui haciendo.
Es así que retomé mis estudios de Historia, en el Institut des Hautes Etudes de l’Amerique Latine. No había terminado mi carrera en Argentina pero ahora tenía la posibilidad de realizarlo y seguir formándome. Se lo debía a mis viejos, quienes habían apostado por mí, pero también me lo debía a mí misma. Y como no solo del intelecto vive el hombre, en esos cuatro años de exilio también cuidé niños, enseñé español desde una academia, accedí a una beca por dos años para finalizar mis estudios de posgrado y, cuando finalizó, realicé trabajos de auxiliar doméstica con personas de la tercera edad (servicio que brindaba el municipio donde vivía). Además, hice pequeños trabajos como, por ejemplo, soldar minicomponentes en plaquetas (algo muy alejado a mis conocimientos, pero que con un poco de práctica pude hacer).
De este modo fueron transcurriendo los cuatro años que pasé en Francia. Trabajos diversos para mantenerme, estudio y, como mencioné anteriormente, militancia desde el COSOFAM para lograr apoyo a los organismos de DDHH en Argentina. Es así que concurríamos en Ginebra a las asambleas de la ONU cuando se trataba el tema de la situación de los DDHH en Argentina. Además, establecíamos contactos con figuras representativas de distintos países y de organismos europeos, preparando a través de ellos la llegada de los organismos de DDHH a nuestro país. También realizábamos exposiciones en lugares emblemáticos de París (como en la iglesia en Saint Germain des Pres) dando a conocer las noticias que nos iban llegando de los campos de concentración en Argentina. Todos los jueves realizábamos manifestaciones frente a la Embajada Argentina pidiendo respuesta por la situación, conjuntamente con organismos franceses como Amnistía InternacionalOrganismo de DDHH fundado en 1961, por el abogado británico Peter Benenson. Trabaja para lograr la libertad de encarcelados por sus creencias religiosas, politicas o de origen étnico., la Asociación de Cristianos por la Abolición de la Tortura (ACAT) y la Asociación Internacional de Defensa de los Artistas víctimas de la represión en el mundo (AIDA), entre otras.
Todos los 24 de marzo se organizaba una presentación a la embajada (a la que teníamos prohibida la entrada) con participación de personalidades políticas y del mundo del arte y del cine. Cada año presentábamos un stand de solidaridad con Argentina en el cual, además de vender empanadas y pizzas, continuábamos dando a conocer la situación de dictadura y violación de los DDHH que vivía nuestro pueblo. Estas fiestas de colectividades las realizaban algunos municipios dirigidos por el Partido Socialista (PS) o el Partido Comunista (PC). Dar testimonio de lo vivido, de lo que continuaba pasando en nuestro país, se acompañaba de acciones desarrolladas conjuntamente con otras organizaciones de solidaridad latinoamericanas (chilenas, uruguayas) ya que la dictadura en el Cono Sur no era patrimonio del pueblo argentino. El llamado Plan Cóndor luego demostró la unidad de las fuerzas represivas de los distintos países eliminando todo atisbo de resistencia popular. Esta situación requería de todos nosotros juntos, uniendo nuestras fuerzas para informar lo que las dictaduras ocultaban, buscando por estos medios llegar a los organismos internacionales para aislar, con el apoyo de los gobiernos democráticos, a estos dictadores sangrientos del Cono Sur.
La posibilidad de apertura democrática en Argentina cambió nuestro horizonte. Ya para entonces, nuestra familia se había agrandado con la llegada de Sebastián, por lo que comenzamos nuestra vuelta al país. La transición europea finalizaba. Teníamos que prepararnos para una nueva transición, en un país que había sido asolado por seis años de dictadura militar y que trabajó sobre las mentes de sus habitantes de muy diferentes maneras. Pero eso ya es parte de otra historia.
Etiquetas: DERECHOS HUMANOS, EXILIO