Las del puerto

Y todavía falta

Fátima Edelmira Cabrera

CABA, Argentina

Fui secuestrada junto a Patricio Rice, sacerdote irlandés y hermano del Evangelio, el 11 de octubre de 1976 cuando salíamos de una reunión en Villa Soldati. Formábamos parte del Movimiento Villero Peronista y pertenecíamos a grupos de la Iglesia de base que denunciaban la dictadura, militábamos en los barrios del sur de la ciudad. Desde la comisaría Nº 36 fuimos llevados a Garage Azopardo y, posteriormente, a Superintendencia Federal. Fueron días de torturas. Sobrevivimos gracias a la intervención del gobierno irlandés, por Patricio, que nos posibilitó llegar a la cárcel de Devoto.

La experiencia con mis compañeras presas políticas me permitió sobrevivir. Llegué descalza, semidesnuda y torturada. Los primeros días solo quería dormir y, poco a poco, sentí todo el amor y acompañamiento; fue como si volviera a la vida. La resistencia carcelaria dejó una profunda experiencia para continuar militando por la vida con nuestras familias y compañeres, para seguir en la búsqueda de la Memoria, la Verdad y la Justicia.

A los tres meses, Patricio fue expulsado del país. Yo salí de la cárcel en febrero de 1978 y estuve bajo libertad vigilada hasta un año después.

Durante 1979, cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitaba el país, los servicios fueron a interrogarme a mi casa junto a mi madre y mis hermanes menores. Indagaron sobre mi relación con la Iglesia, nuestra tarea en la villa y mi vinculación con Patricio.

Al inicio de la democracia, en diciembre 1983, mi hermana María Esther, de apenas veintidós años, se suicidó. Fue un golpe muy duro para toda mi familia.

Al año siguiente, Patricio pudo regresar al país para preparar un Congreso de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos (FEDEFAM) en Buenos Aires. Él era un referente en el movimiento internacional de Derechos Humanos (DDHH), especialmente en América Latina. Organizaban campañas por las víctimas de la represión en todo el continente con las madres, los familiares y los sobrevivientes. En ese tiempo yo trabajaba en el Parque de la Ciudad y él fue a buscarme: fue nuestro reencuentro. A los pocos días, me enteré de los secuestros de otros compañeros del grupo, entre ellos hermanitos de la Fraternidad del Evangelio: Mauricio Silva, Carlos Bustos, Pablo Gazarri y Nelio Rugier.

Así fue que poco tiempo después, decidimos unir nuestras vidas como sobrevivientes de tanto horror y muerte. Patricio estaba decidido a dejar su sacerdocio, dedicándose a la defensa y lucha por los DDHH. Compartíamos el deseo de formar una familia por las secuelas que nos habían dejado las torturas.
Debido a la actividad de Patricio en FEDEFAM en Venezuela, decidimos vivir allá hasta 1987. En Caracas nacieron nuestres dos hijes Carlos Alberto y Amy Rosa Esther. Junto con otres muches exiliades latinoamericanes conocí la idiosincrasia del pueblo venezolano, siempre generoso y solidario con las luchas de los países que sufrían dictaduras. Compartimos con la Familia Espiritual de la Fraternidad Carlos de Foucauld y la Iglesia comprometida con los pobres. Antes de volver a vivir a Argentina, viajamos por primera vez a Irlanda a conocer a la familia Rice.

Ya en nuestro país, los primeros seis años vivimos en Monte Grande, un barrio del conurbano bonaerense, donde trabajé como maestra y participé de la organización barrial. Patricio, integraba el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH). En ese tiempo, empecé a dedicarme a la educación de jóvenes y adultes en lugares donde la educación formal no llegaba. Armamos centros diurnos y fuimos organizándonos con mujeres y jóvenes del lugar, fue una gran experiencia. En noviembre de 1989 nació nuestra tercera hija, Blanca Libertad Caterina.

En febrero de 1993 me incorporé al Programa de Alfabetización, Educación Básica y Trabajo en la ciudad de Buenos Aires, donde estuve veinticinco años, hasta jubilarme. Este espacio era la oportunidad para vincularme nuevamente desde una perspectiva comunitaria y de educación popular, en lugares a los que no había podido volver desde la dictadura. Defendía el derecho a la educación pública como expresión de la promoción de los DDHH mientras nuestros hijos crecían.
A partir del año 1996 nos establecimos en una casa en Constitución, al sur de la ciudad de Buenos Aires. Patricio mantuvo su participación en los organismos de DDHH, especialmente vinculado al ámbito internacional con Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora y trabajaba como profesor de inglés. Les dos participábamos en los foros sociales, Encuentros de Mujeres y Seminarios de Formación Teológica. A veces, juntes como familia, y otras, con grupos. En estas ocasiones, siempre nos encontrábamos con compañeras ex presas políticas y, cada vez, nuestra alegría era tan grande que mi hija menor un día me dijo: “Mami, ¿todas tus amigas estuvieron presas?”.

A fines de los ’90, gracias a la iniciativa de los hermanos Arturo Paoli y Gerardo Fabert, comenzamos un proceso de memoria que nos llevó diez años y que culminó con la edición del libro En medio de la tempestad. Los hermanitos del Evangelio en Argentina (1959-1977), compilado por Patricio Rice y Luis Torres.
En los inicios de 2000, gracias a la gran tarea del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), recuperamos los restos de mi primer compañero, Alberto Galleta Alfaro, quién fue asesinado el 9 de julio de 1977 en los monoblocks de Ciudadela. Él era militante del Movimiento Villero Peronista. Yo recién supe de su muerte cuando salí de la cárcel.
Durante 2010, Patricio comenzó a trabajar como miembro focal de la Coalición Internacional contra las Desapariciones Forzadas (ICAED). En uno de los viajes a Europa murió a causa de un paro cardíaco, en una escala en Miami.
Ese mismo año, luego de la partida de Patricio, pude reconocer uno de los lugares de secuestro, Garage Azopardo y Superintendencia. Fue así como decidí presentarme como querellante por mi causa y la de Patricio, representada por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS).
Después de cuarenta y dos años de espera comenzó el juicio a Superintendencia Federal. Me costó mucho llegar a esta instancia sin Patricio, siempre pensábamos estar juntes como en declaraciones anteriores.

Durante un año escuché alrededor de sesenta testimonios de compañeres sobrevivientes y familiares de nuestres desaparecides. Se pudo juzgar a los represores por los secuestros, desapariciones, torturas y, también, por las vejaciones a las mujeres. Se juzgaron los delitos sexuales después de las denuncias contundentes de nuestras compañeras con el acompañamiento del equipo de la fiscalía y nuestros abogades. Durante el juicio pude reconocer a uno de los represores condenados. Todavía falta la causa por Garage Azopardo. En este proceso me acompañaron mi familia, compañeres y estudiantes.
Mi nieta Almendra, hija de Carlos y Celeste, nació en mayo de 2017 el mismo año en el que me jubilé como docente.
Actualmente, continúo trabajando en el equipo de coordinación de la Escuela Popular de Música de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, con la Fundación Música Esperanza -en convenio con la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)- que se encuentra en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos. También formo parte del espacio interreligioso Patrick Rice integrado por diversos espacios ecuménicos, organizaciones sociales y trabajadores.


¡Gracias compañeras por seguir caminando juntas!

Etiquetas: ,