Milagros Palacio
CABA, Argentina
Nos convocamos para escribir algo sobre nuestros días en libertad. El tema me estimuló desde muy chica, tanto me pregunté por ella, leí para conocer sus categorías y mis posibilidades ante ella. Lo cierto es que en el momento que describe la poesía, la libertad fue la llave que abrió el candado.
Cuando tomé el colectivo de Chevalier para volver a mi pueblo ya me había dado cuenta de que no entendía el dinero, la velocidad del tránsito, los cospeles de los teléfonos públicos y los relojes digitales de plástico. La ciudad tenía un color gris apagado y la gente, un ritmo lento de pasar el día.
Volví a mi familia, a mi viejo barrio y a todos los lugares por los que había pasado. Primero, caminé hasta el Obispado para saludar a Monseñor Devoto, temprano antes que saliera. Al día siguiente a la terminal, con un grupito de recién salidos a recibir a Mario Pezelato, último preso que llegó a Goya. Me afirmaron mucho esas pequeñas cosas, tomar y retomar lo mío en esas vidas a las que me estaba integrando.
Encuentros, aproximaciones en los primeros días de la democracia. Nuestra propia historia y lo que fue de ella en ese largo tiempo. Cara a cara y leyendo lo que iba apareciendo. Desde Recuerdos de la Muerte1984. Miguel Bonasso, Editorial Planeta. Novela histórica que denuncia los mecanismos del terrorismo de Estado y la «guerra sucia» argentina para aniquilar a los dirigentes Montoneros. todo lo que se fue escribiendo. La Juventud PeronistaJuventud Peronista. Engloba el sector juvenil del Movimiento Nacional Justicialista. Su primera formación surgió en 1951 y en el año 1957 fue refundada por Gustavo Rearte junto a otros militantes, en el contexto del golpe cívico militar autodenominado Revolución Libertadora. , MontonerosOrganización político militar peronista surgida en la década de 1970 cuyo objetivo era luchar contra la dictadura gobernante y lograr el retorno de Juan Domingo Perón al país, elecciones libres y sin prescipciones y un socialismo nacional., las organizaciones, peronismo, visiones de la dictadura y el estrago. Nuestra identidad, nosotros mismos.
Trámites por documentos perdidos, duplicados y constancias de trabajo, tejer y vender un pullover por semana, ser cadete de oficina. Fui buscando, encontrando y desencontrando lugares, familiares, amigos y compañeros. Crucé a Reconquista a encontrarme con mi familia materna ida y vuelta por el Paraná: mi paisaje, mi ruta, nuestra marca del nordeste.
Un día llegó a casa Elsita Sáenz con dos de sus hijitos. “Qué frágil está todo”, nos dijimos. Otro día, Mirta Alaya, también con hijos. Vecinas de barrio, compañeras de estudio, compañeras. Llegaban del exilio y los chiquitos hablaban francés, eran encuentros fuertes que marcaban la dimensión de nuestra propia historia.
Y los que sintetizaron el desgarro de lo vivido, los encuentros con Pepita Goyeneche, madre de Élida, y con Florentina de Vargas, madre de Dorita y Juan Ramón. Desaparecidos sus hijos, las dos con un gran abrazo: “Qué lindo verte, qué suerte que volviste”, nos decían.
Encuentros, aproximaciones mientras armaba la vida en los primeros días de la democracia. Un día nos avisó la esposa de Petete Ortiz que a la madrugada lo llevó la policía, lo subió a un patrullero y no sabía dónde estaba. Devoto estaba en Corrientes, lo llamaron desde el Obispado y él se ocupó de localizarlo. Un juez había pedido que lo llevaran para cerrar una causa que había quedado suelta. A la tardecita llegaron los dos, nos volvió el alma al cuerpo. Días después también citaron al padre Torres, sin certezas para nadie de la deriva. Al final se arregló sin que comparezca, creo, pero íbamos viendo cómo estaba el día a día. Monseñor murió el 28 de julio de 1984 y con él un referente, un respaldo, lo lloramos mucho. Y bueno, a caminar.
Finalmente me asenté en la ciudad de Buenos Aires con proyecto de familia y las dos hijas que llegaron juntas. Sorpresa, aliciente, estímulo y bendición. Felicidad. Tomé un cargo en la Secretaría de Educación para trabajar en escuelas para apoyo escolar e integración de niños con dificultades de aprendizaje. Y al tiempito concursé, solo con el título del secundario y del profesorado. Corrientes no reincorporó a los cesanteados y en ese tiempo tampoco hubo reconocimiento de servicios anteriores. Los ministerios ordenaban el desastre que había quedado entre cesantías, bajas y andá saber qué. Pude ver a Alfredo Bravo, subsecretario del área -encargado de reorganizar y orientar sobre el tema- rodeado de expedientes hasta en el pasillo.
Comencé a trabajar en escuelas sobre el Riachuelo, al costado de la villa 20 y Puente de la Noria. Una hora de viaje hacia barrios cada vez más pequeños, precarios, lejos de la imagen de la gran ciudad. Me encontré allí con población de correntinos, chaqueños y misioneros especialmente en migración interna. Historias de desarraigo, pobreza y villanías varias. Historias duras de los últimos años. Sentí que ese era mi lugar, pensando que podía revelarles la historia propia que se les había borrado.
Un día una mamá, después de mucho conversar sobre dificultades de su hijo Iván -de unos doce años- me dijo en voz baja: “Usted no va a creer los que nos pasó, señorita. Nosotros vivíamos en el Bajo Flores, teníamos nuestra casita. Pero quedamos bajo la traza de la autopista. Nos desalojaron con topadoras, llegaron una noche, rodearon y enfocaron con luces fuertes. Nos dijeron que juntemos nuestras cosas y que nos vayamos”. Pregunté quién les había hecho eso. “Los militares”, dijo poniendo un dedo sobre los labios. Y agregó: “Iván estaba conmigo y desde entonces quedó nervioso. Nos cargaron en un camión y nos trajeron acá, era un descampado. Armamos techos con maderas y chapas. Mi marido tenía trabajo en el centro y para no perderlo quedaba en alguna plaza durante la semana. Empezó a tomar y dejó de venir. No lo vimos más”.
Con un grupo de compañeros empezamos a organizar la representación gremial en esas escuelitas dentro del gremio de base de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), el que hoy es Unión de Trabajadores de la Educación (UTE). Había gran dispersión y escasa aceptación y confianza en lo que quedaba de los agrupamientos pero siempre hubo un núcleo de docentes con quienes ir juntando pieza por pieza. Así es que se pudo realizar masivamente el paro de más cuarenta días de 1988 por salario, presupuesto y cuestiones de fondo del Congreso Pedagógico.
Lugano, Soldati, Barracas, Pompeya, fui buscando acercar distancias siempre en esa zona sur dura, difícil, tan Buenos Aires como el Obelisco. En Pompeya asistían chicos de Zavaleta-Villa21, de la gran quema: “EL” desamparo. Venían a preguntar por ellos los primeros curas villeros de esta etapa. No estaban asentados todavía allí, pasaban el día pero no la noche.
Un día me comentaron que estaban filmando una película con gente de la villa. Y en simultáneo que en Goya filmaron escenas para una película de Tristán Bauer con actores de Candilejas como extras. Fui a verla y narraba la vida de un hombre -el actor era Lorenzo Quinteros- que era correntino, que venía en busca de trabajo en los años ’80 y que la vorágine de la ciudad lo empujó a los márgenes. Justo el tema que relaté y viví en aquella época. Se llama Después de la tormenta.
Un día Peggi me contactó trayendo una noticia inesperada. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) había localizado el cuerpo de nuestro compañero correntino Carlitos Meza. Y se lo entregarían a Silvia Ramírez, su esposa y compañera. Se congeló el momento en que ella describía las circunstancias y el modo en que llegaron hasta él. Casi fin de año de 1999 y ella con esa bocaza: “Hay que resolver YA, el juez quiere entregar mañana y Silvia está viniendo para acá, viene la Feria, hagamos las cosas…”.
Entonces fui hasta el anexo del Congreso y busqué a Jorge Giles. Fue día de papeles, juzgado y al día siguiente nos encontramos en el EAAF para retirar su cuerpo, un expediente con el derrotero desde su caída y su prontuario. Lloramos. Salimos como pisando nubes, el Once brillaba de lucecitas findeañeras y en auto llegamos hasta Aeroparque. Tomamos un refresco y chocamos los vasos Jorge, Pedro Ávalos, Peggi y el flaco Kunkel. Silvia y yo subimos al avión y recuerdo que hicimos el viaje tomándonos fuerte de nuestras manos. Nos contamos cosas y recordamos otras. Al día siguiente despedimos a Carlitos, ya en su pago con su madre, compañeros de militancia y su sonrisa peronista. Era 28 de diciembre de 1999, el Día de los Inocentes. Tantas veces que me pregunté cómo llegaríamos al 2000. Para mí el siglo XX se había cumplido.
(Navidad del 83)
2300...
le dije al tipo
que tomaba los datos.
Me había preguntado
si tenía algún número
para avisar
que salía.
Me acercó un trapo
Con el que me limpié los dedos,
mientras él
sellaba y sellaba.
Dos-mil-tres-cientos;
también
dos-tres-cero-cero.
-Veintitrés... quedé pensando
cuando me encontré con su mirada.
Y empecé a sentir
la libertad
cuando lo vi
buscar el TE.
Milagro Palacios
13/06/05.
Etiquetas: ACTIVIDAD GREMIAL, EDUCACIÓN