Oliva Cáceres Taleb
Diamante, Entre Ríos, Argentina
No es extraño. No nos resultan extraños los días que dijeron que vendrían. No resulta extraña la vida aunque hayan pasado años, las paredes sean otras y otras las voces y los sentimientos. El encierro no sabe de almanaques. Se sabe, se conoce, se recordará siempre el primer día y, mientras caigan uno tras otro, mes a mes, no puede asegurarse cuándo será el último. Más aún, una despierta preguntándose si ese no será definitivamente el último. Mientras se acompaña la vida y los minutos se transforman en horas, despiertan las mañanas. Hay que ayudarlas a encontrar el paso del día, que llegue la noche, que encuentre el sueño… pide a gritos buenos sueños.
No son los mismos sonidos, tampoco son las mismas manos que cierran y abren las puertas. Hoy, sobre ellas se apoyan mis manos libres. Las de hace años aseguraban encerrar sueños, molestarlos sin descanso y transformarlos en pesadillas. Acá estoy, acá estamos, acá nos encontramos, acá seguimos acariciándolos. Porque supimos cuidarlos, contenerlos y sanarlos. No envejecieron.
Hubo un tiempo en que ser joven era peligroso por lo que nos podía pasar. Por todo lo que podíamos traspasar. Hubo un tiempo en que no se pedía permiso para pintar las paredes, para hacerse dueño de las calles y de las plazas del pueblo. Hubo un tiempo en que se borraron diecisiete años de ausencia y festejamos con el corazón en la mano el “luche y vuelve”Consigna bajo la cual, desde 1972, se llevó adelante la campaña por el regreso del general Juan Domingo Perón al país tras su exilio y proscripción en 1955. que trajo de regreso al ViejoApodo afectuoso con que la juventud peronista se refería a Juan Domingo Perón.. Hubo un tiempo en que fuimos a votar con nuestros viejos y hubo otro que nos enfrentó al dolor, al desencuentro; definitivamente, al encuentro de la miseria humana.
De ese tiempo tengo recuerdos. Buenos recuerdos. Son los que despiertan mientras una se defiende de ese virus extraño. Peligroso y mortal virus. Los buenos recuerdos hablan de resistencia. De saber protegerse, de quienes abren y cierran puertas. Detrás de una maciza puerta con candado hay mujeres que saben esperar. Que esperan vencer con su sola presencia la falta de sol, la música silenciada, la lectura prohibida, los abrazos que mueren en los vidrios de los locutorios. Detrás de las rejas los sueños crecieron. Crecían como crecían quienes los soñaban. No se crece sola. Ninguna planta se riega a sí misma y, de hecho, de no ser cactus, si no llueve ha de morir. Eso nos pasó a nosotras. Fuimos regalándonos entre nosotras los mejores retazos que supimos defender para sobrevivir. Fuimos tomando no lo que sobrara, sino exactamente lo que se necesitaba. Fuimos capaces de transformar el egoísmo en generosidad y la intolerancia en comprensión.
En los tiempos de hoy, los días se vuelven -como entonces- lentos. Quizás por eso he vuelto a sentarme a escuchar la música que supe recuperar en libertad, recordando a las voces que supieron alimentarnos cuando estaba prohibida. Serrat, los Zupay, la Negra Sosa, León Gieco, Víctor Heredia, Charly, Sui Generis ¡y todos los que descubrimos después! Fue una manera de escuchar nuevamente la voz de Silvita Di Cola o la de Debbie con Muchacha ojos de papel o Rasguña las piedras.
En esos primeros días me prometí leer lo que no había leído aún. Pagué caro no haberlo hecho antes de que nos arrancaran de cuajo títulos universales. Debía leerlos porque ya no estaría cerca Susana Barcos para escucharla recitar, describir párrafos enteros de libros desconocidos. También me dije que era responsabilidad mía si me crujían las rodillas o las cervicales. Hubo un tiempo que supe resistir a que sufrieran. Fue ese tiempo donde las compas de las celdas de adelante avisaban si entraban las bichasApodo con el que las presas políticas de Villa Devoto se refieren a las celadoras del Servicio Penitenciario Federal. a espiar por las mirillas. Y este tiempo, que me recuerda ese otro, sabe que conocíamos con precisión y certeza la hora en que el sol se asomaba por el ventiluz para ubicar el rostro sin temor a los rayos ultravioletas. Por eso es que no dudé en sentarme en el patio y decirme ¡Qué bendición!
Escribir, entonces, era volver a la familia en unas cuantas frases que el corazón esperanzado dictaba. Era saber que la mirada miserable, intrusa, vejaba tus sentimientos sin importarle las veces que secabas tus ojos para evitar que te delatara la letra desfigurada.
Escribir hoy es diferente. Es rescatar del pasado para que no haya olvido, es darle justo lugar a la Memoria y es entender que aunque hayan algunos puntos de encuentro no se justifica un deja vu entre este presente y aquel pasado.
Los muertos de hoy no son víctimas de los vuelos de la muerte, como tampoco son fosas comunes sus sepulcros. Los muertos de hoy tienen apellido y nadie los prejuzga ni condena porque “algo habrán hecho”. Los muertos de hoy lamentablemente son víctimas de un virus letal. Aquéllos, que sentimos nuestros, son las víctimas de la más sangrienta de las dictaduras. “Ser mejores cuando todo haya pasado”, se lee, se escucha por aquí y allá. No hay motivos para descreer en tan nobles intenciones. No es un virus el que impide serlo. No es un virus el que desnuda el alma. Como diría Camus, nosotros mismos podemos escapar a tan horroroso espectáculo. Estamos a tiempo.
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