Cristina Feijóo
CABA, Argentina
“Mi fuerza es que no estoy solo en este inmenso mundo”.
Nazim Hikmet
En noviembre de 1979 salí de la cárcel de Devoto al exilio en Suecia. Había estado tres años y dos meses presa. Era mi segundo período en la cárcel. El primero fue de 1971 a 1973, cuando salí con la amnistía que dictó Cámpora Héctor José Cámpora (1909-1980). Político argentino. Secretario de Juan Domingo Perón durante su proscripción en el exilio. Presidente de la Nación Argentina entre mayo y julio de 1973.. En esta segunda etapa me tocó el exilio.
El campamento de refugiados -un hotel confortable en un pueblito del interior de Suecia- era limpísimo, fragante y silencioso. Recuerdo que me sentía flotar en el aire frío y saludable sobre los bosques y me enterraba en la nieve. Nada parecía real: el idioma extraño, el paisaje lunar, el frío ártico y el silencio cósmico. Y las costumbres. Y la gente tan rubia, tan fría y cálida a la vez, cortés, blanquísima, educadísima. Era como vivir en una película como personaje invitado.
En los siete meses de campamento engordé catorce kilos. Me había acostumbrado al hambre en la cárcel y creo que por eso me atacó una voracidad desatada cuando tuve comida a disposición. No me sentía “yo misma” y era difícil saber quién era sin descubrir qué quedaba de la que había sido antes de la cárcel. Suecia no era el lugar indicado para averiguarlo. Pero durante cuatro años viví dentro de ese personaje.
Volví a estar con mi hija, que llegó con casi catorce años a Suecia. Nos habían separado cuando ella era una niña de diez y me reencontré con una adolescente de catorce a la que no sabía cómo tratar. Trabajé en un geriátrico y estuve en una asociación de mujeres latinoamericanas en cuya revista publiqué mi primer relato. Empecé a escribir pedazos de lo que después fue mi primer libro, En celdas diferentes.
Llegué a Buenos Aires a fines de 1983. Mi hija, que había formado pareja con un exiliado chileno, se quedó en Suecia. Yo conseguí trabajo a través de una agencia de empleos temporarios y, luego de un año de andar de un lugar a otro, terminé fija en una cámara empresaria donde trabajé veinticinco años como secretaria bilingüe.
De la gente cercana no quedaba más que una amiga de mi primera juventud. El resto de mis amigos estaban muertos, desaparecidos o aún exiliados. Con algunas compañeras de la cárcel nos reunimos casi todo el año ’86 para registrar nuestra experiencia carcelaria con la idea de un libro al que nunca pudimos dar forma. Me dediqué a escribir cuentos y luego novelas. Tuve malas parejas en esos años. Me sentía cruzada por ideas y sentimientos confusos. Tenía una sensación de no saber qué rumbo tomar.
Lo único que sabía era que necesitaba estar en Buenos Aires. Mi hija me reclamaba que volviera a Suecia y eso me producía un dolor terrible, pero me aferraba a esta ciudad a la que me unían sensaciones vagas, familiares. Sentía que solo aquí encontraría la respuesta -si la había- para las hilachas que no podía unir. Pensaba que así acabaría con esa desorientación que me llevó a estar internada en un psiquiátrico con un cuadro depresivo, un tiempo breve.
No podía volver a los lugares en los que había vivido, a las cárceles en las que había estado. La única manera de volver al pasado para elaborarlo y digerir lo que me había sucedido era la escritura. El taller literario de Nicolás Bratosevich fue mi tabla de náufrago. Fue el lugar donde aprendí a poner esas sensaciones, sentimientos y recuerdos tremendos y duros al servicio de la creación de tramas y personajes para crear con ellos historias imaginarias.
Así fue como llegué a una orilla. En 2001 gané el Premio Clarín de Novela con Memorias del río inmóvil, la obra que describía la lucha por la reinserción en democracia de una pareja de ex militantes de los años ’70. Y empecé a volver. Con la mente y el corazón volví mil veces al pasado.
Lo curioso es que gané el Premio Clarín en octubre de 2001, cuando estalló la Argentina. Con mi compañero nos metimos de cabeza en el movimiento de asambleas. Creamos una cooperativa, La Asamblearia, con el objetivo de trabajar en economía popular. Naomi Klein apoyó la creación de la cooperativa y artistas plásticos argentinos que viven en Francia vendieron una obra cada uno para enviarnos el dinero de la subasta. Esto permitió la apertura del local. Con mi compañero viajamos al Foro Social Mundial de Porto Alegre, en 2002, y otra vez nos metimos en la vorágine de la militancia hasta 2004. Con él, en coautoría, publicamos artículos de análisis en diarios y revistas del exterior e integramos la ZnetSitio web fundado en 1995, orientado al cambio social y a la lucha contra todas las opresiones. Hoy continúa como Zmagazine..
Recién cuatro años después de haber ganado el mayor premio literario del país, volví a escribir ficción y, en 2006, quedé primera finalista del Premio Planeta con la novela La casa operativa, basada en la militancia armada. Más tarde, escribí un libro sobre el exilio, Afuera, que ganó un premio en Madrid y circuló en España hasta que -años después- fue reeditado en Argentina por la Editorial Leviatán. En esas tres obras revisité veinticinco años de mi vida y de la vida de parte de una generación que fue protagonista de la historia política del país.
Como finalista del Premio Tusquets, se publicó mi novela Los puntos ciegos de Emilia.
Ya en 1985, cuando detuvieron al jefe de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), Aníbal Gordon, me presenté al juzgado a denunciar mi secuestro en abril de 1976. Fui sin abogado y me trataron como si fuera yo la acusada. Mientras el secretario del juzgado bromeaba con el detenido y múltiple asesino, a mí me tenían sentada en una silla contra la pared.
Años más tarde volví a testimoniar: esta vez, por mi segundo secuestro y por las compañeras que no sobrevivieron al centro clandestino de detención de Coordinación Federal.
Desde mi regreso del exilio viajé muchas veces a Estocolmo a visitar a mi hija. Estuve presente en el nacimiento de mi primera nieta y al segundo lo conocí a los seis meses, cuando sus padres y hermana viajaron a Argentina. Como tantos exiliados, tengo la familia dividida entre dos países, ambos muy queridos, con sus dos idiomas y sus dos culturas profundamente ensambladas en nosotros. Mi hija, mis nietos y mi bisnieta viven con nuestra cultura de origen muy presente. Todos ellos hablan sueco y español, todos viajamos de ida y vuelta, una y otra vez, atravesando el océano y varios países. Cada uno de nosotros, a su manera, seguimos comprometidos con el tiempo que nos toca vivir.
Etiquetas: ACTIVIDAD COMUNITARIA, ARTE