Entre sierras valles y ríos

Una experiencia asamblearia

Liliana Beatriz Teplitzky

La Falda, Córdoba, Argentina

Mi experiencia en las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 y en las asambleas barriales que comenzaron a principios de 2002 significó una refundación de mi propia vida en aprendizajes y toma de conciencia de aspectos de la realidad que ignoraba, y de ciertas modalidades de participación que influyeron en mis decisiones de ahí en adelante. Me sentía sumamente decepcionada. No veía perspectivas. Por primera vez pensé en irme del país. 

Hasta que el 19 de diciembre -y ni bien el presidente decretó el Estado de Sitio- el pueblo reaccionó con indignación. En mi barrio empezaron a salir a la calle y en los medios veíamos que la gente estaba movilizándose rumbo a la Plaza de Mayo. Era la primera vez que salía con los vecinos de mi propio edificio, espontáneamente, y caminábamos en grupo. Nosotros vivíamos en Chacarita, a dos cuadras de Corrientes al 6000. Desde ahí empezamos a caminar, siempre pensando en llegar a la plaza de Mayo. Fue conmovedor.

La consigna que prevalecía era “Que se vayan todos”Consigna dirigida a la clase política a causa de la crisis económica e institucional y a la represión de diciembre de 2001., si bien nunca tuve un acuerdo total con ella, entendía que había mucha desilusión. Esta movilización y la del día siguiente fueron masivas. Hubo represión, heridos y muertos. Se pedía la renuncia del presidente Fernando de la Rúa, algo que efectivamente hizo a medianoche: presenciamos su huida en un helicóptero desde el techo de la casa Rosada.

Nosotros residíamos en un barrio pequeño burgués, pero teníamos un hartazgo compartido con otros sectores del pueblo. A partir de ahí hubo una apropiación del espacio público. Hicimos que las calles estuvieran disponibles para proyectos de toda índole que beneficiaran a los vecinos.  

A pesar de ser clase media, muchos estaban sin trabajo y otros lo teníamos pero no cobrábamos. Nosotros teníamos un pequeño taller de imprenta pero muchos clientes no nos podían pagar. En esos días se hablaba de ejercer la democracia directa. Recuerdo una tarde que después de trabajar vimos una pintada: “Asamblea barrial jueves 21 horas”.

Así empezamos a participar en la asamblea de Colegiales. Era muy interesante el tipo de propuestas que iban surgiendo en el intercambio, llegamos a ser trescientas personas con fervor y entusiasmo por participar. Fueron apareciendo diferentes temas que para mí eran novedosos y, sobre todo, la presencia de jóvenes con otros criterios de militancia, con otras necesidades y planteos teóricos y filosóficos que hicieron que me llenara de preguntas, que quisiera aprender y que de algún modo pudiera interpelar, poner en tela de juicio mis propios conocimientos y formas de militancia. Lo primero que aprendí fue que allí se trataba más de escuchar que de hablar. Escuchar, participar y hablar cuando uno tenía algo para decir. Para mí eso era un aprendizaje fuerte.

Se estaba gestando una experiencia colectiva, de elaboración de propuestas que surgieran de la necesidad y de los aportes grupales de gente interactuando. Hacía pocos años había estudiado la carrera de Psicología Social. Para mí la grupalidad de la asamblea tenía que ver mucho con lo que había aprendido de los conceptos pichoneanosSe refiere a los conceptos teóricos del médico y psicólogo social Enrique Pinchón Rivière (1907-1977). acerca de la potencia que puede tener un grupo, de la distribución de roles, de los liderazgos que aparecen, que también deben de ser rotativos. Allí fue donde por primera vez escuché eso de funcionar en horizontalidad. 

De este modo la asamblea tomó una diversidad de tareas que ni imaginaba que existían, con comisiones. Entre ellas la de prensa, con la que llegamos a publicar semanalmente una gacetilla de varias páginas. Se llamó La cacerola de Zapiola. También la de salud, que encaraba esa problemática. Asimismo estaba la de escrache, que incluía tanto a las entidades bancarias como a los represores que vivían en nuestro barrio. Además, estaba la de finanzas, de huerta orgánica, de arte y cultura.

A la estación de Colegiales llegaba el tren blanco -de cartoneros- que venía de José León Suarez, y nos acercamos a conocer sus necesidades. Lo primero que hicimos fue analizar el rol del reciclador dentro de la gestión de la basura en cuanto problemática urbana.

También pude acercarme por primera vez al concepto de soberanía alimentaria participando en la actividad de huertas orgánicas utilizando terrenos ociosos del ferrocarril. Ahí fue donde tomé conciencia de la calidad de la comida que comemos. 

Otro aspecto que tomaba la asamblea era el apoyo a las fábricas recuperadas. Había muchas en nuestra zona. Esa acción también se estableció y se generalizó en la época del 19 y 20 de diciembre. No solo acompañábamos en la gestión a las autoridades o a los que quedaban a cargo -porque los dueños, en general, habían escapado- sino que también participábamos de las acciones culturales y artísticas. Se daban talleres, se instaló una radio comunitaria, se hacían obras de teatro y exposiciones de pinturas. Fue un abanico de actividades que me permitieron ver otras posibilidades de participación y de militancia. Me sentía muy a gusto compartiendo. 

Las reuniones las hacíamos en la calle y luego, en el invierno, en un salón que nos facilitó la iglesia. Así se organizó un gran festival con los cartoneros para recaudar fondos con ferias de platos, con músicos y distintas manifestaciones de las artes. Y ahí surgió la iniciativa de organizar algo que era fundamental para ellos: la vacunación antitetánica. De este modo se vacunaron alrededor de quinientas personas. 

Otra actividad que surgió fue la Interbarrial. Era una reunión de asambleas donde se interactuaba directamente con otras asambleas. Comenzaron a visitarnos los medios de comunicación y tuvimos que aprender a vincularnos con ellos. Decidimos que el equipo de prensa lo organizara y recibíamos llamados telefónicos en nuestras casas, incluso desde el exterior. 

También concurría gente que venía a observar la asamblea. Me acuerdo de una compañera de Berkeley, Estados Unidos, que estuvo participando activamente. Comenzó como observadora y terminó involucrada con la experiencia. También vino gente a filmar y así salió un documental que fue premiado en festivales internacionales.

Participé en el grupo Pensando Juntos, en el cual tratábamos de analizar la coyuntura en la que había sucedido este fenómeno y estudiábamos. Es ahí cuando mis conocimientos fueron interpelados por completo porque tuve que aceptar el punto de vista de los jóvenes. Además de las nuevas formas de intento de organización autónoma y en qué medida negociar con el gobierno. Nosotros teníamos una comisión en la asamblea que iba permanentemente al Centro de Gestión y Participación, que era la autoridad local, y de esas negociaciones surgió discutir el presupuesto participativo. 

Fomentamos también la creación de centros culturales, concurría a un programa radial que se llamaba En la vereda y que era conducido por Quique Pesoa, llevaba la gacetilla y también toda la información de la asamblea. La labor de Quique fue la de informar, propiciar el intercambio entre las asambleas y difundir las actividades de cada una. Así, tomé mucho contacto con el mundo de la radio. Supe de las comunitarias, me interesé por esas actividades y también tuve la oportunidad de hacer intercambio con periodistas como Pedro Brieger, que participaba de la asamblea de Palermo. Otra actividad que encaramos fue la participación en los congresos de mujeres y colaborar con la oficina de la Mujer que coordinaba Liliana Cherniajovsky.

Para mí fue una bisagra en la que adquirí conciencia de muchas cosas. A partir de ahí me vinculé con la educación popular, con la que estuve trabajando también en los bachilleratos populares. También trabajamos con integrantes del Movimiento Trabajadores Desocupados (MTD). El día del asesinato de Kosteki y Santillán la asamblea estaba participando de la movilización. 

Hay cosas que permanecieron, hay valores que se aprendieron y hay experiencias que fueron muy positivas. Luego llegó la época de las elecciones y empezamos a tener puntos de vista diferentes. Para los jóvenes, era una farsa electoral y por eso no había que ir a votar. En general, la gente de nuestra edad, que había transitado la dictadura, no acordaba con esta postura. Pensábamos que todos no son lo mismo. Así que comenzaron las fricciones y vivimos ese proceso de discusión.

La asamblea se fraccionó ya cuando Kirchner había asumido. Desde mi punto de vista Kirchner fue muy escuchador de lo que planteaban estos movimientos sociales. La experiencia que me dejó ha sido muy valiosa porque también se fundó otro tipo de democracia a la que no estábamos acostumbrados. Somos nuevos como país en democracia, pero también hemos ido adquiriendo otra experiencia. Y aquí me detengo. Esta es mi experiencia de participación directa, de estar involucrada y participando en cada debate, de poner el cuerpo en cada actividad.

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