Andes, Pampa y Patagonia

¿De qué se trata?

Gladys Loys

Santiago del Estero, Argentina

Gladys Loys. Presa política de la última dictadura militar de Argentina. Salí con libertad vigilada el 30 de abril de 1982 de la cárcel de Villa Devoto, donde las presas fueron clasificadas en: recuperadas, en recuperación e irrecuperables. Al momento de salir estaba alojada en la celda 82, tercer piso celular, planta 5, como irrecuperable.  

Cuando llegué al pueblito norteño a cumplir con la libertad vigilada mucho de lo que recordaba del lugar ya no estaba o había cambiado. Por más de siete años había repasado los nombres de mi gente y de mis calles. En ese esfuerzo por no olvidar quien era -con trazo grueso- engrandecí episodios luchando contra el tiempo que, irremediablemente, se encargaba de desdibujar contornos, apagar los colores y atenuar los sonidos. Contra ese plan de despojarnos de todo y uniformar nuestras vidas -numeradas en celdas y denominadas de manera abyecta como detenidas terroristas- mi memoria restituía detalle de la libertad perdida y proyectaba: la mesa tendida distribuyendo lugares queridos y el olor de la ropa oreada al sol. Mi memoria componía una proclama: la de querer ser quien venía siendo.       

En las mudanzas que pone el tiempo la parte más visceral de mí misma se había muerto. Las dos mujeres de mis inspiraciones éticas ya no estaban y cumpliéndole a la vida dejaron su buen nombre para mi renacimiento. En su lugar ancestral todo fue bienvenida, la gente del pueblo me acogió integralmente a mi llegada. Y me cuidaron al changuito, el que dibujó estrellas en el firmamento para guiar el regreso y nos vistió con sus plumitas azul suave para los primeros vuelos.

Salí de Devoto con siete días para llegar a destino a firmar la primera asistencia en la policía del pueblo. Transportada por parientes y amigos cercanos inicié el viaje. Volví a repasar en mi haber constitutivo ese viaje, esa solidaridad inicial que recibí en una Argentina en la que la Junta Militar seguía gobernando. No fue un gesto común para mis compañeras, no toda la población que vivió el genocidio estaba preparada para nuestro regreso. Pero era muy temprano para darme cuenta.

De qué estaba hecha la libertad fue algo con lo que paulatinamente fuimos encontrándonos y tenía muy poco de aquello que imaginamos.    

Mi compañero quedaba en la Unidad Nº 9 y sin saber cuándo nos reuniríamos. Comenzaban a cambiar las incertidumbres, que en países como los nuestros y en sobrevivientes como nosotras no han terminado.

No se sale de la prisión sino de a poco. Claudia -mi compañera de celda- y yo salimos el mismo día. La visité antes de venirme. Teníamos veintinueve y veinticinco años en ese momento. Comenzábamos a aprender que la comida ya no sería precedida por el rodar del carro, el olor a grasa y aceite y el alistar de platos de lata, calculando su ubicación en el pasillo. Pautas y horarios de aseo llegaron al ritmo que le imprimimos y con ello retomando el núcleo de nuestra autonomía. Sobre eso montamos todo, toda la complejidad de que se trata la vida.

Amanecía cuando entramos a la provincia bajando la serranías de la localidad que separa Santiago de Córdoba. Rompía el este un sol de mayo prodigándome la primera caricia del planeta, que seguiré añorando cada vez que rehago esa ruta. El aparato de música del automóvil desprendía un presagio de tierra desde la voz de Los Chalchaleros. Y así ocurrió, la corte de bienvenida estaba correteando al costado del camino ¡Se movían! Gallos y gallinas ponían los colores rojizo, ocre y amarillos de sus plumas anunciando que todo el cemento había quedado atrás, atrás de la reja, y que yo de este otro lado comenzaba a habitar sobre la tierra. 

Ahora, cuando recuerdo, reúno la visión de esos primeros animales vivos que vi después de más de siete años con mi despertar al silbido de aquel chango que me reconoció mujer, caminando por la callecita del pueblo, unos días después de mi llegada. La libertad tiene color y sonido. Aquí, los números para contar lo que nos quedó en falta, a tanto país y a nosotros, no alcanzan. La libertad se fue ganando.

Al arribar a Santiago y antes de seguir al pueblo tuve que pasar por el juzgado. Tomé un taxi para regresar a la casa y me oí decir al llegar: “Vea lo que tengo y tome lo que vale el viaje”, mostrando billetes que no tenía, para mí en ese momento ningún valor de cambio. Íbamos dando testimonio de que regresábamos a las calles.

Qué, cómo y cuándo se recupera libertad… sigue ocurriendo. Sí, es cosa de reja y candado, símbolo material escueto de lo otro: el aniquilamiento. Aprisiona tus ganas o las liberas y como una sola voz firmada en las estrellas nos imbuimos del mandato contra el silencio. Y hoy seguimos sabiendo que el firmamento tiene escrito por la mano de cada compañera lo que no quisimos que hagan con nosotras.

A los dos meses abrimos con Julio un pequeño comercio de artesanías, “haceres” que calmaban nuestras ansias de mostrar gratitud por lo que recibíamos. Nos costaba poner precio a lo que aprendimos a hacer en la cárcel: saberes de resistencia y de denuncia que nacen y viven porque se comparten. Le estampamos al boliche el nombre de MacondoNombre del pueblo en que el escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) sitúa los acontecimientos de varias de sus novelas.… Una puerta de entrada a la generación que, detenida, regresaba con música nunca oída y que con gusto se escuchaba. 

Me integraron al staff de profes del colegio, alfabetizamos adultos en la casa parroquial, organizamos escuelitas de fútbol infantil y de vóley para jóvenes con el club del pueblo. Creamos una biblioteca en la Intendencia, organizamos la primera exposición de arte en el pueblo, teatro de títeres. Compartimos su música e incorporaron la nuestra. La forma más reconfortante de recuperar la libertad, restituyendo valores de la generación que segaron pero que nunca lo lograrán del todo. 

Di testimonio viviendo. Tensan mis decisiones el recordar quienes habíamos querido ser, quién era. Y la actividad laboral de la educación sistemática me da todo el medio para seguir creyendo que el mundo puede ser distinto y que puedo hacer y ser parte del cambio. Cuando hoy, después de treinta y ocho años, me escucho hablar en conferencias, clases, conversatorios y congresos -habiendo retomado y concluido la formación disciplinar que la detención me interrumpiera- vuelvo a dos episodios. Los jóvenes que fuimos blanco del genocidio sobrevivimos por razones que no quiero olvidar: quienes quisimos ser y quienes seguimos siendo en cada acto que nos toca afrontar. Mi apego a los valores de mi generación se definen en cosas muy cotidianas, cuando los sostengo, y sé que hacen un efecto sobre la construcción de lo público y lo común que proviniendo de otrxs no sería lo mismo. Soy ex presa política no solo ante los juicios de Lesa HumanidadProcesos judiciales contra los militares de la última dictadura cívico militar por violaciones a los DDHH, iniciados a partir del gobierno del presidente Néstor Kirchner en 2003..

En mi primer acto de aspirante a la docencia, a un año de salir en libertad, todavía con dictadura militar, el supervisor escolar de la provincia recibía en un gran salón a jóvenes que exhibían un aval del comisionado de la zona, como condición para acceder al puesto vacante de maestrxs de grado. Me escuché decir: “Yo no he traído aval”. Y él respondió: “A usted no le hace falta, señora”. Era una provincia en la que había vuelto a gobernar el mismo Juárez que nos detuviera años atrás, en donde nadie se atrevía a saltar las normas. Íbamos dando nuestros primeros pasos para ser creídos en nuestros testimonios. La escucha es una laboriosa construcción en la que tomamos parte todxs.  

En mi primer concurso -1988- por un cargo de investigación en la Universidad una persona del jurado me preguntó en la entrevista por qué mi curriculum tenía años “vacíos” de actividad. Dudé si era pertinente decir el motivo. Cuando vi el rostro amigable de uno de los integrantes del jurado dije: “Soy ex presa política, estuve diez años sin poder retomar mi carrera”. Veintiocho años después de ese episodio pude saber que la persona que había hecho la pregunta estuvo vigilada por los servicios de inteligencia por muchísimo tiempo. Nunca pudo contar en su medio laboral que ella fue tomada presa y que su hermano está desaparecido.    

Hemos corrido un velo. Poniendo el cuerpo. Mi primera disertación pública -1983- trataba un tema que yo sabía mucho. Veía sufrir entre el auditorio a mi hermana y mi tía, porque la voz no me salía, la voz que dice quién es el/la que habla. Todavía me faltaba, entonces, ser una genuina docente, asumir ese lugar e identificarme. La voz no me salía… hasta que afirmé mi compromiso con lo que hacía y las consecuencias de ser la docente formadora que sigo siendo ahora.      

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