Sara Murad
San Salvador de Jujuy, Jujuy, Argentina
Entre mayo y junio del ’82 con Gladis Artunduaga estábamos en nuestro pueblo con libertad vigilada, una “figura jurídica” avalada por el Poder Judicial para seguir controlando a las presas políticas. Nuestra situación estaba condicionada: teníamos prohibido juntarnos y no podíamos reunirnos con nadie. El propósito era amedrentarnos tanto a nosotras como a nuestras familias, buscaban silenciarnos.
Las dos éramos maestras de grado y estábamos sin trabajo, veníamos atravesadas por miles de historias que no íbamos a callar. Juntas empezamos a soñar cómo continuar nuestra militancia en un pueblo chico, lleno de prejuicios y miedos. La represión en el Ingenio Ledesma, en las minas y en el sindicato docente habían dejado huellas dolorosas.
Nos presentamos en el sindicato docente en San Salvador de Jujuy con la esperanza de encontrar apoyo para ingresar a la docencia y preguntar qué acciones estaban haciendo, porque nuestra secretaria general Marina Vilte(1938-1976) Marina Leticia Vilte. Maestra, militante sindical y del Peronismo Revolucionario «17 de octubre» (FR-17) de la provincia de Jujuy. Fue secuestrada el 31 de diciembre de 1976 por la dictadura cívico militar y continúa desaparecida. había sido detenida y estaba desaparecida desde el 30 de diciembre del ’76.
La respuesta fue cruel: no sabían nada y nada podían hacer. Ante nuestra insistencia dijeron: “No sabemos nada… y si se la llevaron por algo será”. Encontramos un sindicato silenciado por el pánico y avalando el discurso instalado por los milicos. Mi respuesta no fue política, me salió de las tripas decirles “váyanse a la mierda, manga de hdp”.
Lloramos todo el camino de regreso a casa, devastadas. Nuestro compromiso con la escuela pública era inclaudicable, como nos dijo Marina cuando salió en libertad, después de su primera detención, el 24 de marzo del ’76.
Resistir y reconstruirse para recuperar nuestra propia historia era nuestro compromiso, repensarnos como lo hizo el movimiento peronista allá por los ’60 cuando la “Libertadora” intentó borrarlo de la memoria popular.
Nuestra certeza era saber que no estábamos solas, era cuestión de encontrarle el agujero al mate porque nuestra libertad era producto de esa lucha popular. Nos fuimos abrazando con los organismos de Derechos Humanos (DDHH), ayudando a denunciar lo que se había callado, conteniendo y siendo contenidas.
Volví a trabajar como maestra rural. Fue una experiencia en la que aprendí y crecí como militante.
Mi mirada era distinta, estaba enriquecida por otras experiencias compartidas en la cárcel. La lucha no solo era por nuestros derechos como trabajadores de la educación, era más profunda. Había que plantear en la escuela la pregunta sobre qué, cómo y para quién enseñábamos. Era necesario cuestionarnos, reconocer la contradicción de enseñar con textos que nada tenían que ver con nuestra historia y empezar por saber quiénes éramos nosotras mismas.
Nos íbamos reencontrando, organizándonos, participando. La primera huelga fue en el ’83, al final de la dictadura. En San Pedro nos movilizamos y apenas llenamos una cuadra. No había consignas, solo cantamos el himno a Sarmiento. En San Salvador fue más importante: acompañaron otros sindicatos y allí estaba Selva Vilte, marchando con el pañuelo blanco de Madres y Familiares de detenidas desaparecidas.
La dirigencia sindical convocó a una asamblea para discutir la continuidad del paro y entre otros puntos tratar la expulsión de Selva por politizar la marcha con otro sentido. No lo lograron, ahí aparecieron muchas voces que parecían estar silenciadas, la dignidad de la docencia ganó frente al discurso de una dirigencia vendida. Ganar esos espacios era la posibilidad de ir avanzando para frenar las políticas neoliberales que venían asomando.
Con la recuperación de la democracia, el sindicato normalizó su funcionamiento. Participé como delegada escolar y me eligieron como congresal de la Confederación de trabajadores de la Educación (CTERA). Fuimos parte de la columna Norte Marina Vilte, Isauro Arancibia(1926-1976). Maestro rural tucumano. Fue uno de los fundadores de Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA). Luchó junto a los trabajadores del azúcar por sus reivindicaciones. Fue asesinado por la dictadura cívico militar el 24 de marzo de 1976. en la gloriosa Marcha BlancaEn marzo de 1988, docentes nucleados en Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA) convocaron a un paro por tiempo indeterminado en defensa de la Escuela Pública. El 18 de mayo se inició una marcha desde distintos puntos del país que llegó a la Capital Federal el 23 de mayo., histórico reencuentro con tantas compañeras de la agrupación CelesteAgrupación del sindicato de docentes perteneciente a la Central de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA).. Esa lucha, esa fuerza, nos fortalecía en lo colectivo y repercutía en lo individual.
Junto con muchas compañeras logramos impulsar como estrategia de trabajo el teatro, los relatos orales, el reconocimiento del guaraní como otra lengua a recuperar porque existe en nuestra cotidianeidad, la lectura de los diarios -que no están al alcance de la población- y las películas como Tupac Amaru o la Sinfonía de Perón, de Leonardo Favio. Los alumnos de séptimo grado al finalizar el año se llevaban un libro cada uno en lugar de medallas, una propuesta que hoy sigue vigente.
Me jubilé como directora en una escuela rural, el espacio donde aprendí a mirarme en el espejo y construir mi identidad peronista.
La escuela es un espacio político que vamos construyendo entre todos. Es el único modo de defenderla sin claudicar.
Etiquetas: ACTIVIDAD GREMIAL, EDUCACIÓN