Por el mundo

Sendas y huellas

Elizabeth Rubio Farías

Barcelona, Cataluña, España

Jamás pensaron los represores de Villa Devoto que hoy escribiría estas líneas en un estado de felicidad y con una sonrisa que me invade. Mi corazón está rebosante de paz y tranquilidad, palpita con la añorada seguridad que estuvo ausente hace cuatro décadas en ese lugar. Hoy miro el sol que brilla y la conjunción del mar y el horizonte… horizonte que existe cuando hay vida.

Mi alma se complace al contemplar a mis nietos Milán y Celestine, niños de Alice y mi hijo Matías quien lleva el nombre del bebé de una compañera nacido en cautiverio. También a mi hija Lican, realizada profesionalmente. Su nombre significa piedra preciosa de cuarzo en el idioma del pueblo Mapuche. Su hermano Matías encontró este nombre para que lo lleve de por vida.

Vibro con los míos, sus andares y vivencias y las desarrollo junto a mi compañero Leo en nuestras tertulias de amaneceres ¡Estamos vivos! Sí, somos un puñado de sobrevivientes de toda una generación que intentaron aniquilar. Nuestros sueños y utopías constituían amenazas para directrices que llegaban desde el hemisferio norte: la fría planificación de exterminio del Plan CóndorCampaña de represión política y Terrorismo de Estado respaldada por Estados Unidos, que incluía operaciones de inteligancia y asesinato de opositores. Fue implementada en 1975 por las cúpulas de las dictaduras cívico militares en el Cono Sur. El gobierno de Estados Unidos proporcionó planificación, coordinación, formación sobre la tortura, apoyo técnico y suministró ayuda militar., ejecutado por las dictaduras del Cono Sur.

¿Cuántos caminos he tenido que recorrer para llegar al momento de escribir estas líneas? Hoy, asumiendo un autoexilio consciente, veo caer desde el borde costero de la Barceloneta el sol pleno y confiado en ese horizonte marino de radiantes destellos amarillos, naranjas y rojos. Este paisaje lo identifico con el ser profundo que llevo conmigo.

En 2019 hubo una explosión social en Chile. En la plaza rebautizada Dignidad, estuvimos con mis hijos. Esa experiencia me estremeció. El trauma del pasado se hacía presente en mí. En silencio supliqué para que Lican no tuviese que experimentar el horror de caer en manos de quienes en esos momentos detenían, abusaban y maltrataban a jóvenes y adolescentes. Jóvenes que hoy viven con secuelas de cegueras y órganos amputados. Era el Chile de octubre.

El sistema neoliberal salvaje se enfrentó a la ira contenida, producto de las desigualdades de todo orden: atropellos a pueblos indígenas, a las diversidades sexuales, de género, a adultos mayores, a niños y a niñas, ausencia de oportunidades y miseria económica y cultural. El gobierno capituló en noviembre y, con ello, abrió el proceso de plebiscitar el término de la Constitución heredada de Pinochet, que ha entregado la riqueza global del país a una minoría privilegiada no mayor al tres por ciento de la población. Somos el cuarto país con la mayor desigualdad del planeta. Allí radica la razón profunda de la explosión social en Chile.

En Santiago junto a Leo, recordaba mis largos catorce años de exilio en Bruselas, capital que acogía a una mujer joven salida del penal de Villa Devoto. Allí fui encerrada y abusada por soñar con un mundo más justo y digno para la gente sencilla. Al exilio llegué con el registro de un centenar de compañeras presas en Devoto, oculto en mi ser interior. Ese listado dio origen a cadenas de solidaridad en la televisión belga, obtención de visas y difusión en Argentina a través del comité de solidaridad para presas y presos políticos. Se fraguaba un incremento en mi identidad: no fui abatida, vivo y tengo fuerzas para ser testigo viviente y ser parte de las querellas para enjuiciar los crímenes del Plan Cóndor.

Bruselas me impregnó de sus olores, sus aromas, sus verdes intensos. Sentí su humedad, la llovizna frecuente, los cielos oscuros… relaciones, rupturas, amores y desamores… melancolía. Sin embargo, la energía de estar viva me llevó a la necesaria integración social, laboral y cultural. Leí, milité, trabajé, aprendí e incrementé mi identidad con valores asumidos en tierras extrañas.

Matías, hijo deseado, esperado y amado llegó a mi vida en medio de un torbellino de exilio, vivencias y compromiso militante. Su llegada constituyó una ratificación soñada, el sentido de la prolongación de la vida que no lograron eliminar. Así se conformó nuestra proyección de futuro. Umbrales transitados a mis veintitres años: dejar mi cuna “familiar”-desarraigo, sobrevivir-, exilio -apego a una nueva realidad-. No estoy vencida y soy madre en exilio, transciendo.

Bruselas fue una cuna de nuevos aprendizajes. Mis compañeras latinas orientaron mi andar hacia el feminismo para confrontar el flagelo de la discriminación y la violencia de género. Las compañeras belgas me traspasaron las sutilezas del idioma, la cultura y los diálogos del ser social, que fueron claves para mi proceso de integración. El ser social es quien deja huellas en su andar.

Entrego herramientas de aprendizaje de su idioma a adolescentes en el sistema de prisiones belga. Jóvenes afectados por múltiples causas de vulnerabilidad. “Aprehender” su lenguaje para el desenvolvimiento en esta sociedad será clave para su reintegración a la vida en libertad.

Ser madre y maestra constituyeron mi proceso de dignificación y autorrealización. La felicidad me colmaba, criaba a mi hijo con todo el amor y la ternura que él requería. Sin embargo, la melancolía y la sombra de lo inconcluso persistía. Tenía que volver al lugar que fue mi cuna de infancia, adolescencia y juventud. 

En Chile cerré un ciclo de exilio y Matías, con sus siete años, era mi compañero de ruta. La recién lograda democracia abría la posibilidad de aportar con nuevas ideas para promover cambios fundamentales respecto de los derechos de las mujeres, los Derechos Humanos (DDHH) y la educación. Yo traía conmigo experiencias significativas desarrolladas en el exilio.

Presenté un proyecto de desarrollo en esta línea a la Unión Europea (UE) que me entregó su apoyo para fortalecer el proceso democrático en Chile. Asumí la responsabilidad de su ejecución. Mi retorno se matizaba de color violeta y de los colores del arco iris. La alegría venía. Asumí la militancia política en Chile, me incorporé al mundo de las organizaciones no gubernamentales y al Movimiento de Mujeres. El primer paso fue instalar el proyecto focalizado en la vida social y política sobre la base a los derechos de las mujeres: derecho al divorcio, cuota en los partidos para candidaturas femeninas, trato digno y reformas que posibilitasen la equidad, tan maltratada en tiempos del reinado de la dictadura y el patriarcado.

Mi proceso de retorno no olvidó un aprendizaje significativo en el exilio. A los cuarenta años me titulé de Profesora de Francés y lo validé en mi país. Integrarse después de catorce años de ausencia fue doloroso. Los inicios estuvieron marcados por una nueva vivencia de desarraigo por lo dejado al momento de retornar: amistades, experiencias de vida, compromisos sociales y laborales.

“Mamá, en Bélgica tenías la cara gris y acá en Chile la tienes rosadita”. Esa frase marcó un antes y un después. Los hijos son los que mejor captan y viven nuestros procesos y sus desafíos. Levantarnos en situaciones complejas, reinventarnos y seguir. Son estos procesos los que incuban nuestra naturaleza de vida resiliente para nosotros y quienes nos rodean. Lican, mi hija, nació en este período y con ello renació en mí el sentido de la belleza de la vida. Ratifica mi sentimiento de haberles ganado: no mutilaron mi ser mujer y mi niña me lleva de la mano a este mundo. 

Pienso en las compañeras que hoy no están y que no verán sus soñadas proyecciones de mujeres y de madres. Ello constituirá mi motor de existencia hasta el último de mis días, sin desmayar, en condición de querellante contra todos los responsables de la Operación Cóndor en cualquier lugar donde me encuentre.

Esta misión de justicia autoimpuesta por los y las que no están y por la dignificación de los y las sobrevivientes es superior a las huellas de mi andar. Expreso con humildad que esta sobreviviente lleva a foros internacionales de educación los planteamientos del respectivo Ministerio en mi país. Fundamentalmente, las reformas para una educación de calidad y gratuidad para todos, en el conjunto del sistema educacional. Demandas expresadas en las calles por la Revolución de los Pingüinos (estudiantes) en el 2011. Planteamientos presentados a su vez en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) cuyo secretariado me correspondió representar en Chile. Los objetivos de ampliar los derechos de las mujeres y luchar contra la violencia de género fueron canalizados a través de mi desempeño en el recién creado Servicio Nacional de la Mujer, que constituyó un aporte significativo para la democratización en Chile en los ’90.

Derechos, equidad y democratizar la política y las estructuras partidarias constituyeron una huella en mi senda de vida. Retorno con sueños de alegría -nuevo desarraigo-, traspaso de conocimientos y experiencias -no vuelvo con las maletas de la vida vacías-, revivo la belleza de la vida -nace mi hija- y mantengo incólume mi compromiso -no desmayo en denunciar al Plan Cóndor. 

Hoy, las nuevas generaciones cruzan los umbrales de mi vida, asumo mi autoexilio. He reencontrado el amor y he recuperado mi ser. Llevo en mi retina y en mi intimidad Villa Devoto y el cariño y la solidaridad de quienes compartimos lo que ninguna mujer del futuro debiera experimentar. Vivo, gozo de esta vida y mis resiliencias son gracias a ustedes compañeras, que dieron sentido a la vida en momentos aciagos.

Gracias que emanan cada día. Con, para y por ustedes y mi hermosa familia.

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